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Luchó un rato en vano, tratando de librarse de las ligaduras. Uno de los orcos, sentado no muy lejos, se rió y le dijo algo a un compañero en aquella lengua abominable.
-¡Descansa mientras puedas, tontito! -dijo en seguida en la Lengua Común, que le pareció entonces a Pippin tan espantosa como el lenguaje de los orcos -. ¡Descansa mientras puedas! Pronto encontrarás en qué utilizar tus piernas. Desearás no haberlas tenido nunca, antes que lleguemos a destino.
-Si por mí fuera, querrías morir ahora mismo -dijo el otro-. Te haría chillar, rata miserable. -Se inclinó sobre Pippin acercándole a la cara las garras amarillas, blandiendo un puñal negro de larga hoja mellada.- Quédate tranquilo, o te haré cosquillas con esto -siseó-. No llames la atención, pues yo podría olvidar las órdenes que me han dado. ¡Malditos sean los Isengardos! Uglúk u bagronk sha pushdug Saruman-glob búbbosh skai -y el orco se lanzó a un largo y colérico discurso en su propia lengua que se perdió poco a poco en murmullos y ronquidos.
Aterrorizado, Pippin se quedó muy quieto, aunque las muñecas y los tobillos le dolían cada vez más y las piedras del suelo se le clavaban en la espalda. Para distraerse, escuchó con la mayor atención todo lo que podía oír. Muchas voces se alzaban alrededor y aunque en la lengua de los orcos había siempre un tono de odio y cólera, parecía evidente que había estallado alguna especie de pelea y que los ánimos se iban acalorando.
Pippin descubrió sorprendido que mucha de la charla era inteligible; algunos de los orcos estaban usando la Lengua Común. En apariencia había allí miembros de dos o tres tribus muy diferentes, que no entendían la lengua orca de los ot ros. La airada disputa tenía como tema el próximo paso: qué ruta tomar y qué hacer con los prisioneros.