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Gorbag y Shagrat
-¡Nada, dices! ¿Para qué tienes ojos? Te repito que no estoy nada tranquilo. Lo que subió por las escaleras, ha escapado. Cortó la telaraña y huyó por el agujero. ¡Eso da que pensar!
-Ah, bueno, pero a fin de cuentas ella lo atrapó ¿no?
-¿Lo atrapó? ¿Atrapó a quién? ¿A esta criatura insignificante? Pero si hubiera estado solo, ella se lo habría llevado mucho antes a su despensa, y allí se encontraría ahora. Y si a Lugbúrz le interesaba, te hubiera tocado a ti ir a rescatarlo. Buen trabajo. Pero había más de uno.
A esta altura de la charla, Sam se puso a escuchar con más atención el oído pegado a la piedra.
-¿Quién cortó las cuerdas con que ella lo había atado, Shagrat? El mismo que cortó la telaraña. ¿No se te había ocurrido? ¿Y quién le clavó el clavo a la Señora? El mismo, supongo. ¿Y ahora dónde está? ¿Dónde está, Shagrat?
Shagrat no respondió.
-Te convendría usar la cabeza de vez en cuando, si la tienes. No es para reírse. Nadie, nadie jamás, antes de ahora, había pinchado a Ella-Laraña con un clavo, y tú tendrías que saberlo mejor que nadie. No es por ofenderte, pero piensa un poco... Alguien anda rondando por aquí y es más peligroso que el rebelde más condenado que se haya conocido desde los malos viejos tiempos, desde el Gran Sitio. Algo se ha escabullido.
-¿Qué, entonces? -gruñó Shagrat.
-A juzgar por todos los indicios, capitán Shagrat, diría que se trata de un gran guerrero, probablemente un elfo, armado sin duda de una espada élfica, y quizá también de un hacha: y anda suelto en tu territorio, para colmo, y tú nunca lo viste. ¡Divertidísimo en verdad! - Gorbag escupió. Sam torció la boca en una sonrisa sarcástica ante esta descripción de sí mismo.