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Merry y Pippin escapan a Fangorn

Marchó adelante y se metió bajo las ramas enormes. Los árboles parecían no tener edad. Unas grandes barbas de liquen colgaban ante ellos, ondulando y balanceándose en la brisa. Desde el fondo de sombras los hobbits se atrevieron a mirar atrás: pequeñas figuras furtivas que a la débil luz parecían niños elfos en los abismos del tiempo mirando asombrados desde la floresta salvaje la luz de la primera aurora.
Lejos y por encima del Río Grande y las Tierras Pardas, sobre leguas y leguas de extensiones grises, llegó el alba, roja como un fuego. Los cuernos de caza resonaron saludándola. Los jinetes de Rohan despertaron a la vida. Los cuernos respondieron a los cuernos.
Merry y Pippin oyeron, claros en el aire frío, los relinchos de los caballos de guerra y el canto repentino de muchos hombres. El limbo del sol se elevó como un arco de fuego sobre las márgenes del mundo. Dando grandes gritos, los jinetes cargaron desde el este; la luz roja centelleaba sobre las mallas y las lanzas. Los orcos aullaron y dispararon las flechas que les quedaban aún. Los hobbits vieron que varios hombres caían; pero la línea de jinetes consiguió mantenerse a lo largo y por encima de la loma, y dando media vuelta cargaron otra vez. La mayoría de los orcos que estaban aún con vida se desbandaron y huyeron, en distintas direcciones y fueron perseguidos uno a uno hasta que casi todos murieron. Pero una tropa, apretada en una cuña negra, avanzó resuelta hacia el bosque. Subiendo por la pendiente cargaron contra los centinelas. Estaban acercándose y parecía que iban a escapar: ya habían derribado a tres jinetes que les cerraban el paso.
-Hemos mirado demasiado tiempo -dijo Merry-. ¡Allí está Uglúk! No quisiera encontrármelo otra vez.
Los hobbits se volvieron y se intemaron profundamente en las sombras del bosque.