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Los tres cazadores

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-Hay algo más -dijo Gimli-. Sólo de día podemos ver si alguna huella se separa de las otras. Si un prisionero escapa y si se llevan a uno, al este digamos, al Río Grande, hacia Mordor, podemos pasar junto a alguna señal y no enterarnos nunca.
-Eso es cierto -dijo Aragorn-. Pero si hasta ahora no he interpretado mal los signos, los Orcos de la Mano Blanca son los más numerosos y toda la compañía se encamina a Isengard. El rumbo actual corrobora mis presunciones.
-Sin embargo, no convendría fiarse de las intenciones de los orcos -dijo Gimli-. ¿Y una huida? En la oscuridad quizá no hubiéramos visto las huellas que te llevaron al broche.
-Los orcos habrán doblado las guardias desde entonces, y los prisioneros, estarán cada vez más cansados -dijo Legolas-. No habrá ninguna otra huida, no sin nuestra ayuda. No se me ocurre ahora cómo podremos hacerlo, pero primero hay que darles alcance.
-Y sin embargo yo mismo, enano de muchos viajes, y no el menos resistente, no podría ir corriendo hasta Isengard sin hacer una pausa -dijo Gimli-. A mí también se me encoge el corazón y preferiría partir cuanto antes, pero ahora tengo que descansar un poco para correr mejor. Y si decidimos descansar, la noche es el tiempo adecuado.
-Dije que era una elección difícil -dijo Aragorn-. ¿Cómo concluiremos este debate?
-Tú eres nuestro guía -dijo Gimli- y el cazador experto. Tienes que elegir.
-El corazón me incita a que sigamos -dijo Legolas-. Pero tenemos que mantenernos juntos. Seguiré tu consejo.