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Gandalf se despide
—Hay, si lo que deseas es desviarte doscientas millas o más al norte, y cuatrocientas al sur. Pero ni siquiera entonces encontrarías un sendero seguro. No hay senderos seguros en esta parte del mundo. Recuerda que estás ahora en las fronteras de las tierras salvajes, expuesto a todo, donde quiera que vayas. Antes de que pudieras bordear el Bosque Negro por el norte, te encontrarías justo entre las laderas de las Montanas Grises, plagadas de trasgos, bobotrasgos y orcos de la peor especie. Antes que pudieras bordearlo por el sur, té encontrarías en el país del Nigromante; y ni siquiera tú, Bilbo, necesitas que te cuente historias del hechicero negro. ¡No os aconsejo que os acerquéis a los lugares dominados por esa torre sombría! Manteneos en el sendero del bosque, conservad vuestro ánimo, esperad siempre lo mejor y con una tremenda porción de suerte puede que un día salgáis y encontréis los Pantanos Largos justo debajo; y más allá, elevándose en el este, la Montaña Solitaria donde habita el querido viejo Smaug, aunque confío que no os esté esperando.
—Muy consolador de tu parte, puedes estar seguro —gruñó Thorin—. ¡Adiós! ¡Si no vienes con nosotros es mejor que te largues sin una palabra más!
—¡Adiós entonces, esta vez de verdad adiós! —dijo Gandalf, y dando media vuelta, cabalgó hacia el oeste.