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La Carroca
Las águilas descendían ahora con rapidez una a una sobre la cima de la roca, y dejaban allí a los pasajeros.
—¡Buen viaje! —gritaron—. ¡Donde quiera que vayáis, hasta que los nidos os reciban al final de la jornada! —una fórmula de cortesía común entre estas aves.
—Que el viento bajo las alas os sostenga allá donde el sol navega y la luna camin —respondió Gandalf, que conocía la respuesta correcta.
Había un espacio liso en la cima de la colina de piedra y un sendero de gastados escalones que descendían hasta el río; y un vado de piedras grandes y chatas llevaba a la pradera del otro lado.