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Baya de Oro

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Les ordenaron a los huéspedes que se quedaran quietos y los sentaron en sillas, los pies apoyados en un escabel. Un fuego llameaba ante ellos en la vasta chimenea, con un olor dulce, como madera de manzano. Cuando todo estuvo en orden, apagaron las luces de la habitación excepto una lámpara y un par de velas en los extremos de la chimenea. Baya de Oro se les acercó entonces con una vela en la mano y les deseó a cada uno una buena noche y un sueño profundo.
-Tened paz ahora -dijo-, ¡hasta la mañana! No prestéis atención a ningún ruido nocturno. Pues nada entra aquí por puertas y ventanas salvo el claro de luna, la luz de las estrellas y el viento que viene de las cumbres. ¡Buenas noches!
Baya de Oro dejó la habitación con un centelleo y un susurro y sus pasos se alejaron como un arroyo que desciende dulcemente de una colina sobre piedras frescas en la quietud de la noche.