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Dragón
Cuando el Vala Melkor vagó por El Vacío, mucho antes de la creación de Arda, debió de soñar con un simple y puro Dragón de fábulas que entonces deseó traer al mundo. Pero al querer realizar su idea tuvo que conformarse con metas menos ambiciosas. No pudo crear criaturas vivientes con sus propios medios, aunque vio que, a través de hechizos o crianzas, podía conseguir mutaciones y combinaciones sorprendentes de las substancias biológicas disponibles. Los Dragones eran una obra de arte.
No es probable que la cuestión militar o terrorista a la que servían fuera el único móvil que guiaba a Melkor, porque en este sentido eran imperfectos. También tenía que haber un propósito estético: quería demostrar cómo se enriquecería la belleza del mundo a través del horror, si los Señores de Valinor, faltos de imaginación, le daban libertad para ello.
El fuego de los Dragones, que se originaba en un proceso de digestión pervertido por hechicería y era expulsado por los orificios nasales y fauces, tenía un enorme poder destructivo. No obstante el Dragón sólo era capaz de vomitar llamaradas durante un tiempo determinado, después se quedaba bastante agotado. Así mismo sus otros excrementos le ayudaban a mantener alejados a sus enemigos ya que eran venenosos o, al menos, de un hedor insoportable.
Los dos ejemplares que nos son más conocidos, Glaurung y Smaug, eran inteligentes criaturas, malignas, vanidosas y obstinadas que no estaban completamente sometidas al Señor Oscuro. Más tarde Sauron tuvo problemas con los Dragones porque ni los Anillos Mágicos resistían su fuego. Dominaban las lenguas en uso de cada momento y mostraban tener un buen conocimiento sobre todo lo referente a los Enanos, Hombres y Elfos.
Todos los Dragones ambicionaban oro y gemas. Aunque en ocasiones consumían pequeñas cantidades de oro, no les interesaba el valor material en sí. Apreciaban las obras de arte en joyería, pero sólo para añadirlas a su montón y echarse encima. La suposición de que una joya provenía del tesoro de un Dragón aumentaba su valor. Por ello no se descarta que alguna que otra leyenda de Dragones fuera inventada por los Enanos comerciantes de joyas.
Los Dragones conocidos en la Primera Edad fueron los Urulóki (Quenya «Serpiente de Fuego»). Parecían lagartos gigantes que sólo se podían arrastrar pero no volar. Su ancestro fue Glaurung. Con la crianza de los Dragones alados aparecieron dos prototipos: los Dragones Fríos que debieron de surgir de experimentos con las Águilas gigantes y que sabían volar perfectamente, pero no tenían fuego, y los Dragones de Fuego Alados, del tipo de Smaug, que tenían el aspecto de un murciélago. De ambas especies, algunos ejemplares sobrevivieron la caída de Thangorodrim. En posteriores Edades habitaron en el Desierto del Norte y en las tierras de las Montañas Grises, donde estaban las atractivas cámaras de los tesoros de los Enanos.
Al final de la Primera Edad, Morgoth envió toda la nueva cría de Dragones Alados a la Batalla sobre los Thangorodrim con Ancalagon el Negro a la punta. Pero todos los grandes dragones son solitarios y nada efectivos en cuadrilla. Entonces hubo agitación en las nubes; Eärendil apareció flanqueado por las Águilas de Thorondor y el ejército de los Valar obtuvo una victoria poco gloriosa.