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El invierno de 1311

por Alejandro Murgia | Página 2 de 7

Belladona apenas pudo reprimir una carcajada. No había resistido la tentación de sacar de sus casillas al comodón de su marido, y conocía los puntos débiles adecuados. En realidad, hacía muchos años que Belladona había abandonado su espíritu aventurero y se había amoldado a Bungo; desde que se casaran no había frecuentado más elfos ni magos, ni había vuelto a salir de excursión con sus hermanos. Pero esa etapa de la vida de Belladona sencillamente le daba escalofríos a Bungo, quien temía que a su encantadora mujercita se le ocurriera reincidir en tan extraño comportamiento impropio de una mujer-hobbit.

- Disculpe, señor Bungo- interrumpió el joven Cavada, sacándose la gorra. - Yo debo irme a casa antes de que caiga más nieve.
- Tonterías, muchacho. Siéntate y come. Sería una locura que salieras, y el camino hasta Delagua es largo. Además
- agregó Bungo, haciendo una pausa inquietante- no sería buena idea andar solo. Con inviernos así llegan los lobos.
Los muchachos se miraron entre sí y a Bungo con ojos abiertos de par en par.

- ¿En serio, papá? - Preguntó azorado Bilbo.
Ahora fue Bungo quien debió contenerse para no soltar la risa. La ingenua consternación de su hijo y de Cavada Manoverde lo divertía enormemente.
- ¡Bungo! Deja de asustar a los niños con esas patrañas. - Lo amonestó Belladona
- ¿Niños? ¡Ja! Estos dos hace tiempo que dejaron de ser niños. Y no son patrañas. Corren rumores de que allá lejos en el este se están multiplicando los lobos y toda clase de oscuras bestias repugnantes. Incluso el invierno pasado han visto algún lobo perdido en la Cuaderna del Norte. Y este año será más duro. Si los ríos se congelan, las manadas bajarán de las montañas hambrientas, sin que nada las contenga.
- Qué puede saber de lobos un hobbit remolón como tú, que jamás se ha movido más allá de sobremonte y Delagua, y obtiene toda su información del hato de borrachines que frecuenta La Mata de Hiedra.
- ¡Belladona!
- Protestó Bungo. Pero no pudo encontrar más argumentos, y debió contentarse con cerrar la boca y mostrarse terriblemente ofendido. Él sabía muy bien que Belladona había estado una vez frente a frente con un lobo en una de sus alocadas aventuras de juventud junto a su padre y sus dos extraordinarias hermanas; pocos hobbits en la Comarca podían decir lo mismo, de manera que no le convenía llevar la discusión por aquel camino. Además, la mención de la posada le había producido un curioso cosquilleo en el estómago.
- Pensándolo bien, Cavada - dijo imprevistamente dirigiéndose a su jardinero- Es mejor que vayas a tu casa antes de que el tiempo empeore. Más adelante te acomodaremos un cuarto, pero hoy cierta persona se empeña en espesar el ambiente, si ustedes me entienden. Déjame acompañarte hasta el puente, a mí también me vendría bien despejarme un poco y dar una vuelta solo.
- ¡Bilbo!
- dijo Belladona, antes de que Bungo y Cavada atravesaran la puerta - Hazme el favor de acompañar a tu padre; no vaya a suceder que su caminata solitaria lo deje tan ebrio que no pueda encontrar el camino a casa...
Bungo ya atravesaba el jardín a grandes zancadas, mientras oía el resto de la frase (dicha en voz bien alta).
- ...Y recuérdale que debe encontrar pronto un buen destino a esas losas que estorban el camino en el vestíbulo; la semana entrante, por si se le olvidó, están invitados a tomar el té su hermano Longo y la adorable Camelia.
- Lo único que faltaba
- refunfuñó para sí el hobbit- ¡Longo y Camelia a tomar el té!

Una delicada alfombra de nieve cubría el camino de la colina.
- En días como estos desearía usar zapatos- comentó Bilbo.
- Mira, Manoverde- dijo Bungo señalando la residencia Bolsón, que había quedado detrás de ellos. - Allí, junto a las ventanas, plantaremos prímulas y girasoles.
- Sí, señor Bolsón. Y escrofularias, y algún árbol aquí y allá. Ya verá cómo florecerá el jardín la próxima primavera.

Bungo estaba nuevamente de buen humor. Cruzaron el puente de El Agua silbando bajo la nieve que caía perezosa, y siguieron el camino hasta dejar atrás las casas y agujeros de Hobbiton. Todavía no había peligro de que la nevada se hiciera más intensa, pero tampoco parecía disminuir, y las pisadas de los hobbits dejaban cada vez huellas más hondas en la nieve.
- Sr. Bolsón, no es necesario que me acompañe más allá. Vuelva con Bilbo a casa, yo seguiré solo hasta Delagua.
- Pamplinas, muchacho. Esta caminata es vivificante. Además, ya casi llegamos. Lo único que temo es que vosotros pesquéis un resfrío, pero... qué es lo que veo allá. ¡Una posada! ¡Pero si es La Mata de Hiedra! ¡Tan pronto! Vamos, muchachos, allí podréis sentaros al fuego del hogar, y os convidaré con una cerveza caliente.

Bilbo rió estrepitosamente, pero no aclaró por qué, ni nadie se lo preguntó.
Al entrar en la posada los recibió una ráfaga de aire atiborrada de aromas: humo de pipas, comida, cerveza y leña, ropa mojadas, huevos y panceta friéndose. Un grupo de alegres parroquianos entonaba estrofas disparatadas, salpicadas de risas. Bungo dejó su abrigo en el perchero y Bilbo y Manoverde se dispusieron a imitarlo.
- Bienvenido, señor Bolsón - Saludó el posadero efusivamente- ¿Su mesa de siempre?
- Sí, sí. Y tres picheles.¿Qué es lo que cantan estos estruendosos hobbits?
- ¡Jo, jo! Tratan de componer una canción sobre el tema del momento, señor. Usted sabe, esos botones maravillosos.
¿Botones maravillosos? No sabía por qué, pero la frase no le sonó nada bien a Bungo.
- De un tiempo a esta parte todo el mundo parece haberse contagiado la fiebre de la aventura y el amor por las cosas más extravagantes. Qué se ha hecho de nuestra apacible comarca hobbit, me pregunto - refunfuñó Bungo mientras se acodaba en la mesa.- Que me sirvan mi pichel y que no me hablen de botones maravillosos ni de losas élficas, eso es lo que quiero.
- ¿Es que usted no se ha enterado, señor Bolsón, de los botones del Thain?
- preguntó uno de los concurrentes, abriendo mucho lo ojos.- ¡De los botones mágicos que le ha regalado un mago!
Bungo se cubrió la cara con las manos y sacudió la cabeza apesadumbrado.
- No puede ser, el mundo se ha desquiciado. Ya no hay un solo rincón donde uno pueda estar a salvo de esta locura.
- ¡Botones de diamante que se abrochan y desabrochan solos cuando uno se lo ordena!-
aclaró otro.
Bungo se puso de pie y con un brazo en alto exclamó - ¡Escuchad todos! No quiero oír una palabra más acerca de adminículos maravillosos, ni de magos barbados en complicidad con mi extravagante suegro. Por todas las vueltas de cerveza que les he pagado, hacedme el favor de volver a los buenos viejos temas de conversación: la calidad del tabaco, el reumatismo, las vicisitudes de la cosecha, o el tiempo...

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